La Muerte del Libro un Falso Debate
Esta recurrente discusión es en realidad un falso debate.
Philippe Ollé-Laprune
Desde hace algún tiempo, cada avance tecnológico en el mundo editorialhace alzar la voz a los agoreros que anuncian una vez más, como si delfin del mundo se tratase, la muerte del libro. Esta recurrentediscusión es en realidad un falso debate, ya que ni los editores,presionados por las exigencias del mercado a mantener surtidos denovedades los anaqueles de las librerías, ni el propio libro, unproducto cultural creado hace más de quinientos años que se mantienecomo uno de los principales fabricantes de sentido, se encuentranamenazados. Mientras este binomio sigue fiel a su propia inercia,quien despierta mayor temor por su futuro es el lector, esa figura poco estudiada cuyas motivaciones para acercarse a una obra continúan siendo oscuras.
Como editor, siento ya nostalgia del libro de tanto oír que es unproducto del pasado, afirmación que me causa un malestar extraño y meresulta inconcebible cuando entro en las librerías y corro el peligrode perderme entre miles de ejemplares. Esta sobreproducción permitetener numerosas opciones de lectura, pero también puede confundir, y aeso mismo está expuesta Internet al proponer nuevas formas de lecturaen un soporte que no tiene límites.
La industria del libro en Francia proporciona el doble de gananciasque la del cine, situación que se repite en muchos países. Cada año sepublican en lengua española cerca de setenta mil libros, inmensaoferta de la que no llegamos a leer ni una décima parte. Internet nodebería entrar en competencia con la edición de libros, ya que ambasobedecen a una misma lógica: ser accesibles, generar ganancias y multiplicar la oferta hasta la náusea.
En el futuro, lo más importante será encontrar filtros que funcionende intermediarios entre el editor y el lector, función de la queparece haber abdicado la industria por la necesidad de publicar; másque venderse, los libros deben estar disponibles en todos los puntos,lo que conduce a que las editoriales cumplan cuotas de produccióndonde la calidad deja de ser el objetivo prioritario. Los editores,una raza pasional que se ha visto obligada a dejar a un lado susinstintos, pueden llegar a confesar, cuando cae la noche y se resistena mentir (se), que de las ciento veinte novelas que publican al añosólo quince o veinte merecerían ser compradas, algo que nunca diríantras su escritorio, a plena luz del día. Esta situación es resultadode las transformaciones que experimentó la industria editorial en elsiglo XX, periodo en que la distribución acabó por imponerse sobre laproducción, y el criterio comercial avasalló a la creación literaria.En este nuevo orden económico, el editor pierde importancia y el marketing se vuelve el factor principal, lo que ha provocado quedurante las dos últimas décadas surja en la industria el fenómeno dela sobreactuación. Como si se tratara de una mala obra de teatro, loseditores sobreactúan ante el lector; dicen sin rubor, para imponerse ala competencia, que sus libros son verdaderas maravillas, a sabiendasde que es mentira. El problema más grave que afecta actualmente a laindustria editorial es su falta de autocrítica, su permanente autojustificación con el pretexto de que, si ignora las leyes del mercado,terminará por desaparecer.
Hablar de la muerte del libro es un falso debate porque su existenciase ve más amenazada por la sobreproducción de títulos que por losadelantos tecnológicos. Y aquí, de nuevo, su destino podría estarunido al de Internet, ya que ambos afrontan el mismo peligro: producirpor producir, sin coherencia y sin sentido. La ausencia de controlsignifica una amenaza para el espíritu humano, y más en una época degran confusión como la actual; por eso es necesario que en el futuroinmediato surja un nuevo profesional encargado de evitar que nosperdamos en un océano de palabras, pero por ahora los editores queconozco no parecen estar interesados en asumir esa función, queconsiste básicamente en leer, seleccionar y publicar, o bien eliminar.Quizá sea ésta la tarea de las próximas generaciones, más versadas enel uso de Internet, acostumbradas a consultar por Red lasenciclopedias y los catálogos de las bibliotecas; pero mientras llegael futuro —cualquiera que sea—, el libro seguirá vigente como producto cultural.
El gran paso pendiente en Internet es la autorregulación, algo todavíalejano en un medio que no ha encontrado aún su economía. Quizá eltiempo demuestre que esa gran libertad que sirve de fundamento a laRed significa también el mayor freno para su desarrollo. Entrar aInternet implica estar dispuesto a perder el tiempo, lo mismo queocurre al internarse en una librería, donde muchas veces se terminaencontrando algo no buscado, aunque extraviarse en la Red es muchopeor, el mareo aumenta.
Una pregunta pertinente en esta época que anuncia el fin del libro esla siguiente: ¿cómo se traduce en mi interior la lectura? Para muchaspersonas, el acto de comprar un libro implica apropiarse de la mitadde su sentido, cuando lo importante no es poseer sino atravesar laexperiencia del autor. Esa parte desconocida de la lectura, cómomodifica a quien la hace suya, habrá de ser transformada a fuerza porla pantalla. La evolución tecnológica hará de la lectura un acto mássubversivo debido a la imposibilidad de prever el encuentro entre ellector y los textos, a un proceso anárquico que muchas veces loalejará de sus objetivos. Decir que Internet es el medio democráticopor excelencia es una falsedad, porque se requiere mayor formaciónpara navegar por la Red que para circular por los pasillos de unabiblioteca dada la desorganización de su contenido. El lector delfuturo será interactivo, jugará con la pantalla en lugar de limitarsea construir sobre la hoja en blanco, proceso al que lo ayudará laestructura no lineal de Internet, la posibilidad de ir de un tema aotro y también de cambiar de identidad, lo que modificará sus referentes.
La pantalla es para muchos un soporte poco adecuado para leer novelas,por lo cansado que resulta, pero se ha revelado como un mediofavorable para la poesía, que requiere más tiempo para encontrar a suslectores y se mide por reglas no comerciales. La poesía, géneromarginado de la industria editorial, en la que sólo existe lo que sevende, puede encontrar en la Red un espacio de difusión, lo queexigirá adaptar su forma a las nuevas necesidades de la pantalla. EnFrancia, las editoriales reciben cada año un total de 300 000 manuscritos de poesía, de los que el 95 por ciento es de pésimacalidad. Ahora, la Red alimentará la ilusión de que los textoscirculan, al tener sus autores libre acceso al ciberespacio, pero elgran reto será dotar a la pantalla de orden y sentido. En el universoaún caótico de la Red, el lector no formado tiene que buscar lasherramientas que le permitan navegar sin perderse; si no, simplementese quedará fuera, en el umbral de la pantalla.
La industria editorial no está preparada todavía para incorporar a sucadena de producción las impresoras conocidas como DocuTech, creadaspor Xerox hace diez años, y que permiten hacer libros al momento porcontar con un archivo digital. Gracias a estas máquinas el autor sevuelve editor y difusor, lo que significa un regreso a la producciónartesanal, cuando un solo individuo asumía todos los roles, y tambiénuna posibilidad que la industria del libro se niega a aceptar. En Francia hay gente a la que se contrata para que, por ejemplo, le hagaa un familiar una larga entrevista, que luego vaciará y convertirá enlibro. Así, puedes publicar 200 ejemplares con la historia de tuabuelo o de tu madre. Esto tiene como positivo convertir el libro enun objeto más cercano a las personas, más cotidiano, pero comocontraparte existe el riesgo de que los escribientes, por usar lacategoría de Barthes, se sientan escritores, algo que no será posiblehasta que enfrenten la mirada del otro, en concreto, de quien muchasveces es el primer lector de un libro: el editor.
Modelos como EB Dedicated Reader y The Rocket Book, que permiten leercómodamente sobre la pantalla, resultan particularmente apropiados alsalir de viaje, cuando no se pueden llevar los libros que se deseaconsultar, o bien cuando se vive en lugares apartados donde esimposible hacerse de una buena biblioteca; pero el viejo soporte dellibro sigue siendo el mejor para disfrutar de la lectura.
Aunque pueda sonar agresivo, no hay duda de que el libro es unproducto elitista, surgido de un proceso autoritario: el autor decidequé escribir, el editor acepta o no publicarlo, el librero accede o noa venderlo, y el lector opta o no por comprarlo. En un país comoMéxico, que no ha logrado alcanzar el desarrollo esperado, el libro espara muchas personas un artículo inútil o de lujo, por lo que el papeldel Estado debe ser, en lugar de aumentar la producción o subsidiar alas editoriales, centrarse en la difusión a través del apoyo abibliotecas y librerías. En 1981, una encuesta mostró que el 36 porciento de la población francesa no leía un solo libro al año; 16 añosdespués, tras un programa de fomento a la lectura centrado en lasbibliotecas, el porcentaje había disminuido al 25 por ciento. Estosignifica que con voluntad se pueden ganar lectores, para eso senecesitan bibliotecarios formados que salgan a las calles en su busca,que organicen conferencias, lecturas, firmas de autores, de manera queel libro esté presente en la vida social de la comunidad.
Hasta hoy, no he escuchado de parte de los editores discursos muyconstruidos sobre la forma en que los avances tecnológicos incidiránen la industria del libro. Conozco a editores de muchos países y lamayoría prefiere negar la importancia de los adelantos tecnológicosantes que frenar su carrera de publicaciones. Lo único que hedetectado es curiosidad, la misma que manifiestan los lectores alperderse en el mundo sin fronteras de Internet.
Este texto es el resultado de una entrevista realizada por SilviaIsabel Gámez.
"Ernesto Gutierrez Cortés", ImagoStudium
Tuesday, February 14, 2006
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